La equidad demanda que los beneficios de la educación lleguen a todos sin excepción, puesto que la incidencia de la escuela sobre su futuro resulta decisiva. Cabe recordar que a pesar de la multiplicación de fuentes informativas, la influencia indiscutible de los medios de comunicación y la necesidad de considerar la educación como una actividad que dura a lo largo de toda la vida, la escuela es la única institución que proporciona aquellos conocimientos básicos y aquellos hábitos de aprendizaje que permitirán seguir aprendiendo. Entonces, la escuela colabora con la equidad social si la practica en su propio seno. En efecto, cuando la educación parte de lo que es el educando se sitúa en el mejor camino para obtener el máximo provecho de sus posibilidades. Cada uno aprenderá de manera óptima, si se le ofrece la posibilidad de hacerlo mediante el tipo de actividades que sintonizan mejor con sus capacidades más desarrolladas. Este principio pedagógico se opone, por tanto, a una organización escolar que estructura grupos fijos, dirigidos a supuestos “alumnos tipo”, a todos los cuales se les ofrece una metodología uniforme para las actividades de aprendizaje. Hay que señalar que la organización de la escuela en supuestos grupos homogéneos, especialmente por la “capacidad intelectual”, se corresponde con el modelo organizativo de la primera industrialización, cuando en las fábricas se realizaban tareas idénticas y repetidas por amplias masas de trabajadores. Hay que oponerse a las agrupaciones y establecimientos escolares selectivos o con una alta concentración que lleva a la ausencia de los otros grupos socioculturales. Hay que insistir en que la preparación para la convivencia en una sociedad multicultural y democrática la podrá lograr la escuela en la medida en que ella sea un reflejo de esa misma diversidad, y la convivencia en la diversidad es hoy una de las metas clave de la educación para el siglo XXI.
Generalmente se entiende por equidad la atención especial a los sujetos que lo necesitan. Por este principio se diseñan programas y acciones bajo el criterio de discriminación positiva, como manifestación de sensibilidad especial para que el sistema educativo intente compensar los déficits originados por el contexto sociofamiliar y también de aquellos que son de origen psicobiológicos. En perspectiva socioeconómica, podríamos afirmar que no habrá equidad en la educación hasta que no se logre un rendimiento escolar similar entre los alumnos procedentes de distintos niveles socioeconómicos. Esto significa que la equidad es opuesta al fracaso escolar como algo ligado exclusivamente a ciertos grupos de alumnos, aunque el fracaso no sea de su exclusiva responsabilidad, una escuela equitativa hará que el fracaso no sea inapelable, y no asociará de manera fatalista ciertas variables del contexto sociofamiliar con la imposibilidad de escalar los niveles más altos del sistema por parte de todos sus alumnos.